Hacen ya nueve temporadas que el destino de Adrián González, el hijo de Michel , y yo nos cruzamos. Era noviembre de 2003 cuando el Real Madrid cadete de división autonómica, dónde él jugaba junto a Alberto Bueno, Mata y Mosquera, visitaba el campo de La Chimenea (Usera), un enlodazar por las lluvias de la semana. Nosotros, el C.D Moscardó, con Diego Benito, jugador del Rayo Vallecano "B" como estrella, aparecíamos en el cuarto puesto en ocho jornadas disputadas.
El resultado final fue un empate a uno. En el último minuto, a balón parado y en propia puerta los blancos sacaron un punto de nuestro fortín, la caja de cerillas de La Chimenea. Durante el partido lo que más me llamo la atención fue la calidad de una serie de futbolistas. Entre ellos Adrián González, el hijo de Michel. Acostumbrados a las fantásticas instalaciones de la Vieja Ciudad Deportiva, ya en su último año de existencia, jugaban en tierra con la misma precisión al toque que en la hierba artificial, mejor que nosotros que entrenábamos y jugábamos sobre ese terreno.
Esa misma temporada, en el partido de vuelta, el ocho con su zurda se hartó de asistir junto a Prosi y a Mosquera a Juan Mata que saltó al terreno de juego en el segundo tiempo, venía de jugar con la selección española sub-17, para romper el empate que campeaba en el marcador, haciéndonos él solito cuatro goles.
La próxima vez que nos vimos las caras fue en la temporada 2005/2006. También era invierno pero un día frío y soleado. Ambos jugábamos en la categoría juvenil nacional. Él, en su Real Madrid, y yo, en el C.D Puerta Bonita. El mítico campo del Hogar estaba atestado de gente, su juvenil aún no había perdido y se situaba segundo en la tabla y jugaba contra el líder. En el vestuario y entre la hinchada, un recuerdo ahora, un flashback entonces. Los comentarios sobre Adrián González se repetían, este no es tan gran jugador como para jugar en la cantera del Real Madrid. Está por ser quién es. Sólo tiene buen golpeo, decían los más templados.
Con empate en el marcador.Ya en el segundo tiempo, la pelota cruzó el campo del medio a la banda izquierda. El extremo del Real Madrid acomodo la redonda para encarar, a pesar de que el suelo estaba duro e irregular, frenó el ímpetu del bote y sorteó a su par. Pero el zaguero no se dejó driblar y le tumbó. El duelo se rompía a favor del equipo grande, un jugador lo había decido así. Adrián González, el hijo de Michel.
Nuestras vidas, jamás se volvieron a cruzar. Ni mis rodillas ni mi calidad dieron para más. Él cumplió su sueño, del Castilla al Celta, del Cellta al Nástic, del Nástic al "Geta" y del Getafe al Racing de Santander. Dónde ayer, en el Sánchez Pizjuán, hizo rememorar la figura de su padre pero con la zurda poniendo un centro medido con escuadra y cartabón a su compañero Ariel para dar la vuelta, 1-2, su choque contra el Sevilla. Aunque el resultado final, fuese un empate a dos.
Los comentarios sobre Adrián González, el hijo de Michel, son los mismos que oía en los campos de tierra. Está en Primera División por ser quién es. Puede ser que sí, puede ser que no. Quizás sí no se apellidase González ni tuviese cada vez que juega la sombra del ocho acechándole sería uno más de esos jugadores técnicos y fieles al passing game que tanto nos gustan ahora en España.
O no, quizás sí no se apellidase González estaría en Tercera División o Preferente. Jugando por dos duros, por la ilusión de ser feliz alrededor de una pelota y compaginándolo con un oficio.
Ni tú ni yo lo sabemos. Lo único que es verdad es que Adrián González es el hijo de Michel y un jugador de Primera División que ayer demostró que su zurda tiene calidad para la elite.
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